martes, 6 de octubre de 2009

EL VERDADERO MARQUES DE SADE


Hola, amigos:

Puedo ver cómo os frotais las manos y pensais "Dada su naturaleza mental perversa, pervertida y calenturienta no podía faltar en su blog el Marqués de Sade..."

Y teneis razón, es uno de mis personajes históricos favoritos. Pero es necesario que distingamos el Sade literario del real, porque una cosa es lo que hizo, otra lo que escribió y otra lo que se dice de él basándose sólo en su obra y no en su vida. El Marqués fue mas bien una víctima de las circunstancias y la Revolución Francesa, que lo tomó como chivo expiatorio en representación de la nobleza mediana y le obligó a llevar una vida muy desgraciada.

Donatien Alphonse François, marqués de Sade, nació el 2 de Junio de 1740. Mimado desde la mas tierna infancia, creció con el ejemplo que le daban sus padres, arquetipos de lo que era la aristocracia antes de la Revolución Francesa. Al cumplir cinco años, su padre decidió trasladarlo al castillo de Saumane, donde estaría al cuidado de su tío, abad del convento de la localidad. Allí pudo comprobar el futuro marqués el libertinaje de este buen ministro de Dios, siempre bien abastecido de prostitutas, aunque también le proporcionó una gran formación cultural.

Al cumplir los diez años entró en el colegio jesuita Louis-le-Grand de París, uno de los más prestigiosos. Allí nació la pasión del marqués por el teatro y recibió las primeras impresiones en lo referente a la fustigación y la sodomía. En aquella época el castigo del látigo entre los aristócratas era una pena noble e incluso existían tratados sobre ello. Respecto a la sodomía, la fama que acompañaba al centro era la de que los maestros la fomentaban entre sus alumos e incluso la practicaban con ellos como parte de la formación para la alta sociedad a la que pertenecerían en un futuro.

A los catorce años su padre lo sacó del colegio para incorporarlo al ejército. Poco tiempo después estalló la guerra con Prusia y Sade cumplió valerosamente con sus deberes militares hasta que acabó la Guerra de los Siete años y se licenció. Su padre, que ya le buscaba esposa desde hacía tiempo, consiguió casarlo con Renée-Pélagie, hija del presidente de Montreuil, una joven no muy agraciada, pero de buena posición económica y buen carácter, con la que se trasladó al palacio presidencial. Pronto se ganó el afecto de toda la familia, incluso de su suegra, dama autoritaria y de moral estricta que se mostraba encantada con él. El embarazo de la señora de Sade no hizo sino aumentar la felicidad familiar.

Pero al poco tiempo llegó el escándalo de Alcueril.

En aquella localidad, el marqués practicó algunas torturas menores (azotes, cortes, cera incandescente, ...) con una joven llamada Rose Keller, y ésta se atrevió a denunciarlo. Este tipo de hábitos sexuales formaban parte de la conducta habitual de los nobles desde los tiempos del Rey Sol y el castigo solía ser una simple multa, pero este caso tuvo mucha resonancia social porque estaba germinando la Revolución Francesa. La prensa se cebó en nuestro amigo, explotó al máximo el escándalo y a partir de este momento comenzó a surgir la leyenda del marqués de Sade como símbolo del mal. Fue encarcelado y solo después de siete meses de gestiones, traslados y declaraciones, recuperó la libertad. Podríamos decir que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

El rey le obligó a permanecer alejado de la corte, más por evitar la publicidad negativa que por estar en desacuerdo con su conducta. Un día, el amigo Sade decidió darse un gustillo y se fue a Marsella con su criado para organizar una orgía con cuatro prostitutas. Para que todo fuese mas fluido invitó a dos de las chicas a probar pastillas de anís que contenían cantárida, un afrodisíaco bien conocido desde la antigüedad, pero cometió el error de excederse en la dosis y las jóvenes enfermaron levemente del vientre durante unos días.

Dada la polémica que acompañaba a Sade, el caso se denunció como si el marqués hubiese organizado un aquelarre con doncellas vírgenes en lugar de un encuentro con prostitutas. El resultado fue que al poco tiempo las autoridades se presentaron para conducirlo a presencia de la justicia, Sade creyó que todo estaba perdido y huyó. Los jueces, fuertemente presionados, acabaron declarándolo culpable de intento de envenenamiento, fue quemado en efigie en Aix y se dictó orden de persecución.

Durante una larga temporada estuvo huyendo de un lugar a otro, incluyendo Italia, hasta que en junio de 1776 volvió a Francia para visitar el lecho de su madre, que acaba de morir. Sade fue detenido y se reabrió el caso de Marsella. Los nuevos jueces se dieron cuenta de que había sido tratado de una manera muy arbitraria y la sentencia acabó diciendo que todo se reducía a una cuestión de libertinaje. La condena fue no poner los pies en Marsella durante tres años y pagar una multa.

Pero cuando nuestro amigo ya se creía liberado, la presión popular consiguió que se mantuviese su detención a la espera de un nuevo juicio que nunca terminaba de encontrar fecha de celebración. En Vicennes permaneció encerrado entre 1778 y 1785, luego fue trasladado a la Bastilla y posteriormente al manicomio de Charenton hasta que a los pocos días estalló la Revolución Francesa, el pueblo tomó la Bastilla y liberó a los presos del antiguo régimen, entre ellos al Marqués de Sade. Había pasado en prisión 11 años esperando un juicio a todas luces injusto e ilegal.

Tras su liberación, se encontró con que su mujer se había exiliado de Francia huyendo de la Revolución. Aislado y sin recursos, decidió adoptar la profesión de escritor de obras de teatro. Todas, absolutamente todas, son piezas inocentes y normales, como las que habría podido escribir cualquier otro autor. El problema es que apenas le llegaba el dinero para comer.

De manera más o menos velada, las novelas picantes gozaban de prestigio en una parte del público y Sade vió en ello una buena oportunidad de conseguir el dinero que necesitaba. A pesar de adoptar el género no quería que se le confundiese con la mayoría de escritores eróticos, a los que despreciaba extraordinariamente y por eso firmaba con pseudónimo. En "Historia de Juliette" habla de las obras de estos autores, considerándolas miserables folletos hechos en los cafés y burdeles.

Entonces conoció a Marie-Constance Renelle, a la que dedicó su famosa "Justine", que se convirtió en un best-seller de la época. Esta mujer estaba casada con un tal Quesnet, que se marchó a las indias dejándola a ella y a su hijo en Francia. Sade sintió un gran afecto por ella y la contrató como ama de llaves, incluso le leía sus obras para que ella diese su opinión. Constance se convirtió a partir de entonces en su mujer de hecho y le ofreció un valioso apoyo en los momentos difíciles.

Renegando de su origen noble y la monarquía que tan poco lo había defendido, se convirtió en revolucionario llegando incluso ser presidente de un comité, hasta que le tocó debatir acerca de la pena de muerte. Al marqués le impresionó tanto la sola idea de la guillotina que se mareó y tuvo que abandonar la sala. Este y otros incidentes minúsculos e insignificantes por sí mismos, pero que en épocas tan convulsas acaban siendo importantes, acabaron haciendo sospechar a sus camaradas, que comenzaron a mover los hilos para que fuese condenado como enemigo de la revolución.

Bajo el Terror de Robespierre, Sade fue arrestado y condenado a la guillotina. Así que nuestro amigo, después de pasar media vida en prisión como chivo expiatorio y haber apoyado la causa revolucionaria, se encontró camino del patíbulo.

Pero en el último momento, cuando ya lo conducían hacia el carro donde se trasladaban los condenados, las autoridades lo dejaron en libertad. No se sabe a ciencia cierta el motivo. Quizá fuese la incompetencia burocrática del momento, el caos reinante, o también las acciones de Constance que, desde fuera, hacía cuanto podía para que el marqués fuese liberado.

El caso es que Sade se libró de la guillotina y decidió apartarse totalmente de la política, para centrarse como escritor. En esta época se publicaron muchas de sus obras como "La nueva Justine"o "Historia de Juliette", que supusieron un enorme éxito aunque no terminaron de sacarle de los apuros económicos. Los editores se aprovechaban de su circunstancia y que fuesen firmadas con pseudónimo para llevarse la mayor parte del dinero que generaban.

Otro problema vino a sumarse al económico: cada vez más gente sospechaba que era el autor de "Justine", e incluso aparecieron artículos en los periódicos atribuyéndole la obra y arremetiendo contra él. Sade sabía que la publicación de más novelas libertinas agravarían la situación, pero no tenía otro medio de ganarse la vida.

Puso sus esperanzas en el nuevo régimen político, encabezado por el cónsul Napoleón Bonaparte, pero con Sade por medio esas cosas no importaban. Ya fue encarcelado por la monarquía y la revolución en juicios partidistas y ahora no sería Napoleón quien lo perdonase.

En 1801, Sade fue detenido y juzgado por haber escrito "Justine" e "Historia de Juliette". Él lo negó, y en realidad no había ninguna prueba, pero su fama fue más fuerte que su palabra así que acabó siendo recluido de nuevo en el manicomio de Charenton, donde pasaría el resto de sus días, aunque allí la vida le reservaba una pequeña satisfacción.

M. Coulmier, director del centro, era un hombre activo que se esforzaba por mejorar las condiciones de los reclusos tanto como podía y tuvo la idea de organizar representaciones de teatro, así que nuestro marqués se encontró llevando a la práctica una de sus mayores aficiones, posiblemente en el lugar que menos hubiese imaginado.

La idea tuvo bastante éxito y mucha gente viajaba desde París para contemplar la nueva "terapia contra la locura". Una de estas personas, un joven llamado Armand de Rochefort, nos ha dejado un testimonio que refleja la visión que tenían de nuestro amigo sus contemporáneos, y también de la doble moral con que se le juzgaba:

"Mientras asistía al espectáculo, a mi izquierda se sentó un anciano de cabeza baja y mirada de fuego. La cabellera blanca que le coronaba prestaba a su rostro un aire venerable que imponía respeto. Me habló varias veces con una elocuencia tan calurosa y una inteligencia tan variada que me inspiró mucha simpatía. Cuando nos levantamos de la mesa, pregunté a mi vecino de la derecha el nombre de este cordial caballero y me respondió que era el marqués de Sade.

Al oírlo me alejé de él con tanto terror como si me hubiera mordido la serpiente más venenosa. Sabía que este detestable anciano era el autor de una novela monstruosa en que estaban publicados todos los delirios del crimen en nombre del amor. Había leído este libro infame, que me había dejado la misma impresión de repugnancia producida por una ejecución en la place de Grève, pero ignoraba que un día vería a su creador admitido a la mesa del director de una institución pública.
"

Es decir, que Sade es un monstruo, autor de un libro infame que le produce arcadas que, no obstante, se ha leído en su totalidad, un libro que es un best seller de la época.

Y no es un hipócrita, claro.

Sade murió en 1814 en aquel manicomio. En una de sus últimas cartas decía:

"Sí, soy un libertino, lo reconozco; he concebido todo lo que puede concebirse en este sentido, pero ciertamente no he hecho todo lo que he concebido, ni lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino."

Besos a tod@s


1 comentario:

Anónimo dijo...

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