jueves, 6 de noviembre de 2008

NO HAY NADA PEOR QUE... (Primera parte)

Hola, amigos:

"No hay nada peor que un dolor de muelas".

"No hay nada peor que una patada en los huevos".

Mucha gente acostumbra a relatar una mala experiencia comenzando con la frase del título. Yo sólo puedo continuar este encabezamiento con lo siguiente: ... operarte de fimosis.

Se veia venir desde pequeño. Si mi simpatía, humor, inteligencia y talento desbordaban todo mi ser, mi pene tenía que desbordar por fuerza su continente, ese trozo de piel opresivo que le impedía alzarse con toda su fuerza, vigor y esplendor.

¿Y qué hacemos? - le pregunto al médico.

Pues cortar la piel que sobra - me responde.

En ese momento mi cara cambia de color, una tonelada de saliva pugna por pasar por la garganta, un escalofrío recorre mi columna vertebral y el pene intenta refugiarse minimizando su tamaño como una nómina con el cambio de la peseta al euro.

Se hace con anestesia, por supuesto. No duele casi nada - dice consciente del malestar general que me ha generado su solución - Además es anestesia local, no hace falta dormirte, así que no te preocupes.

Y tú de momento no te preocupas, porque estás intentando salir del estado de shock que te ha producido oír la palabra "cortar" asociada a tu pene. Pero llegas a tu casa, dándole vueltas a la cabeza, y en mitad de la noche te despiertas por enésima vez y caes en la cuenta de que el médico ha usado las palabras "casi nada" y "anestesia local", lo que significa que al menos algo duele y, lo que es peor, QUE VAS A ESTAR CONSCIENTE TODO EL PROCESO.

Estoy en disposición de asegurar que mi conjunto pene/testículos jamás ha tenido un tamaño más ínfimo y desolador como en aquellos momentos. Y ya me dolía todo por anticipado.

Mi vida se convirtió en un infierno. Los días se iban a la velocidad de la luz, pero las noches pasaban lentas. Algunas veces permanecía horas despierto con los ojos abiertos como un búho; otras tenía pesadillas en las que mis espermatozoides se rebelaban y se declaraban en huelga de cola caída porque su camino al cielo, el pasillo a su jardín del Edén rebosante de óvulos por fertilizar, iba a ser mutilado.

Por fín llega el día. En la sala de espera coincidimos 5 personas con el mismo diagnóstico, que parecemos muñecos de cera de lo blanco que estamos, acojonados. Miles de preguntas se agolpan en la cabeza.

¿Queda mucho para que nos llamen? ¿Quién será el primero?

Una gotita de orina se escapa.

¿Qué haré con los calzoncillos? ¿Se verá la mancha?

Una caquita pugna por salir.

Por Dios, ¿queda mucho para que me llamen ?

En ese momento, cumpliendo fielmente aquel axioma de "cuidado con lo que deseas porque es posible que te lo concedan", me llaman, y paso a una sala acompañado por un enfermero, que me da una bata verde que se cierra por detrás cuando me van a operar por delante. Me recuerda que debo quitarme toda la ropa interior y me comenta como de pasada que LA anestesista es toda una garantía y que además está buenísima.

¿Y eso a que viene? - le digo.

Pues que si el medico estornuda, se le va el bisturí y corta más de la cuenta, al menos habrás tenido una última erección.

Y se descojona.

Es broma - me dice - Es para que te relajes, hombre. Y concéntrate en no tener la erección.

Y se va. Dejándome solo. Descompuesto. En proceso de cumplir fielmente esa norma no escrita pero puntualmente seguida de hacer lo que te acaban de decir que no hagas, es decir, con una de las erecciones más escandalosas de mi vida agravada por el hecho de que no había ropa interior, sólo una bata verde, fina, que a la altura de mis genitales había tomado la forma de una tienda de campaña.

Continuará...

Besos a tod@s

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